Las remesas de los de afuera

En algún lugar de Don Quijote de la Mancha, cuya precisión mi memoria se niega a darme, el siempre cuerdo Don Quijote (cuya locura sólo se manifestaba cuando se trataba de caballería) hace alusión a las riquezas que llegan, que fácil vienen y fácil se van. Con estas reflexiones se ponía de manifiesto una situación que tarde o temprano afectaría a España, que en aquella época (principios del siglo XVII) recibía gran cantidad de riqueza, como el oro y la plata que se llevaban de América, el nuevo continente que habían descubierto y conquistado. Pero estas grandes riquezas sólo significaron un periodo de bondad, pues apenas se terminó la explotación y mermaron los envíos, la algarabía ya no fue tal, sino más bien empezó una depresión. El motivo era simple: no se había aprovechado la riqueza para una producción propia y para garantizar el desarrollo, sino que así como vino se fue.

Este pequeño ejemplo presenta una enseñaza válida para cualquier economía, y más tratándose de países como los latinoamericanos que tienen dependencia del dinero fresco que llega en forma de remesas de los que emigran y trabajan en los países desarrollados. Lo podemos aplicar perfectamente al caso de la economía paraguaya, en donde las remesas de los emigrados, como los que están en España, se convirtieron en un factor importante para dinamizar una economía que viene de una prolongada recesión.

Los datos oficiales indican que en el año 2007 se produjo un crecimiento económico importante, mayor que el previsto, pero esto no puede adjudicarse a una mejoría en las políticas del país, sino que los factores externos, como el dinero que envían los compatriotas que tuvieron que emigrar por la falta de oportunidades, jugaron un papel fundamental en la reactivación de la economía. Se trata de dinero fresco que ingresó a partir del trabajo de los paraguayos en el exterior y que -a diferencia de los ingresos por las exportaciones de ciertos rubros-, tuvo una distribución amplia, pues cada paraguayo envía dinero a sus familiares en pequeñas proporciones. No obstante, debe quedar claro que las remesas no constituyen una panacea para la economía del país, sino más bien son como una bomba de oxígeno que nos permite respirar por cierto tiempo. La economía no mejorará sólo porque vivamos dependiendo del dinero que llega del exterior, sino que es preciso establecer políticas claras que nos permitan aprovechar este oxígeno conseguido con el sacrificio de personas que tuvieron que irse y ahora trabajan soportando los males del exilio. Se requiere de un crecimiento económico firme y sustentable, que sea producto de una mayor competitividad de la producción nacional, de las industrias y las empresas prestadoras de servicios, que haya inversiones y que se generen empleos. En síntesis, que se construya el desarrollo desde dentro, con políticas que dinamicen la economía y que generen oportunidades para todos.

En la medida de lo posible, se debe buscar que esas remesas tan sacrificadas sean destinadas a fines productivos, como invertir en educación y fomentar la capacitación de los paraguayos. Si bien en muchos casos los envíos sólo alcanzan para sobrevivir, sería bueno que se busque la manera de que los recursos puedan ayudar a la educación, a comprar un libro o unos cuadernos para que los niños estudien, para que construyan su futuro. Pero debe quedar más claro que nada que las remesas no son sustitutas de las obligaciones del Gobierno: debemos exigir con más fuerza que se generen condiciones para la educación y que se adopten medidas que favorezcan el crecimiento propio de la economía, para que se generen empleos y oportunidades, y no se tenga que migrar ni depender del dinero del exterior.

Si no se invierte como corresponde lo poco que pueden enviar los compatriotas -por el lado de las familias-, y si no se toman medidas que garanticen un crecimiento económico propio y sustentable -por el lado del Gobierno-, el oxígeno que nos regalan los de afuera no bastará para curar nuestra enfermedad económica. Si no aprovechamos la coyuntura, el oxígeno externo podría fallar y entonces no tendríamos capacidad para respirar por nosotros mismos.

 

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